-No he sido amante de conversaciones en las que mis compañeros hablaran de sus familias, lo que pesa después de una desgracia, son precisamente estas escenas o relatos de familia, estos hermosos momentos. Soy consciente de que todo esto afecta a lo más íntimo de mi ser, mis fibras sensibles vibran como las de cualquier ser mortal, me he endurecido, no en balde, el hombre se acostumbra a todo, pero si bien he aprendido a convivir con una realidad desagradable, no quiere decir que conscientemente, favorezca la aparición en mi mente o en mi mundo, de argumentos para sufrir, ¿postura cobarde?, tal vez, aunque yo soy consciente de los riesgos y me enfrento a ellos, cobardía sería, rehuir el enfrentamiento y si acaso ignorara la existencia de este mundo negativo, sería un inconsciente.
Las emociones que se generan y fomentan en el transcurso de una vida cómoda y afectiva, vuelven al piloto relajado, en ocasiones condicionarán sus actuaciones y una mente condicionada no es el mejor consejero. Se crean temores infundados o fundados, pero a los que se llega a dar demasiada importancia, nuestra cabeza deja de estar fría y se llena de emociones, que muy probablemente, nos llevarán a tomar la decisión equivocada o la menos idónea en el momento más inoportuno, llegando incluso a bloquear la capacidad de reacción en una situación límite. El piloto que por razones de su especialización ejerce un vuelo que roza constantemente el riesgo, cuando se acerca a la aeronave, deja en el suelo, toda la vida que no pertenece al vuelo. En ocasiones se les tildará de fríos, calculadores, en ocasiones están aparentemente ausentes en las conversaciones en la que se encuentran, seguro que están muchos metros por encima de la conversación, ¡están volando!, no nos equivoquemos, su vida interna es muy intensa y sus vivencias aceleradas, como su forma de desplazarse por los cielos.
Solo cien pies nos separan del agua, las gotas que pueblan el parabrisas son una mezcla de las que vienen de arriba y de las que en las crestas de las olas son arrastradas por el viento y pueblan toda la superficie de la mar, formando una densa capa de polvo acuoso que cubre y moja todo lo que se ponga a su alcance. Los arrastreros, debido a la poca visibilidad, ofrecen borrosas y difuminadas figuras, están ya al alcance de nuestros aviones, me separo de Javier para dejarle maniobrar con entera libertad, acelero mi motor y entro el punto de flap que había bajado para mantener una velocidad más baja, me adelanto hay gente trabajando en el costado de babor, las olas son enormes y azotan las amuras del buque que tengo más cerca, su proa pasa por debajo de mí, no dudo de que he podido llamarles la atención, están saludando. No sé cuál es la nacionalidad de los barcos, supongo que son españoles, hasta ahora no he visto nunca un pesquero marroquí a esta distancia de la costa, sólo las patrulleras se adentran tanto, para capturar a los españoles que faenan por aquí, como siempre, mi amigo Enrique, desde Agadir estará oteando el horizonte al lado de su Land Rover, desde la carretera que discurre por encima de la factoría conservera de pescado o desde el trozo de playa que se encuentra detrás del Hotel Salam y por delante del restaurante Jour et Nuit, desde allí estará pensando en cómo sacar del atolladero a los tripulantes y armadores de los pesqueros, nada más ver aparecer por el horizonte, los puentes de los buques ya sabe si son o no españoles, él me enseñó a distinguirlos desde este acantilado, una ocasión en que le acompañé, habrá puesto a todo el consulado a trabajar. Esta noche, dos suculentas langostas se quedarán esperando a dos hambrientos comensales, a veces pienso, que después de un largo viaje, este es el mayor aliciente para mis compañeros, la comida a la orilla de la mar y viendo ocultarse un sol al que hemos visto nacer desde la cabina y que nos ha estado molestando durante cinco horas, mientras nuestro rumbo es en busca de la tierra del Este.
-¿Pero qué sucede?- El otro avión hace una brusca maniobra y se aleja de los barcos.
pues, como siempre, ahora vuelvo
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