viernes, 18 de enero de 2013

02 - MEDITACIONES SOBRE UNA INGRATA PROFESIÓN

Ahora se puede pasar a intentar plasmar la realidad de esta profesión. Lo primero que debe ponerse de manifiesto son los riesgos que se corren, que son muchos y de lo más variado. Existe el peligro de la exposición a las llamas, claro. Este riesgo, inherente a esta actividad, es algo que es asumido por todos y cada unos de los que nos dedicamos a extinción de incendios forestales. Lo que ocurre y parece que la sociedad en general no es consciente de ello, es que la extinción se desarrolla en condiciones muy adversas.

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Hay multitud de factores de riesgo añadidos además del propio fuego, como son las elevadas pendientes de los montes en que muchas veces se actúa, árboles que caen, el trabajo nocturno (no es lo mismo, no ya apagar un fuego, sino

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simplemente caminar por el monte de noche, cuando la visibilidad es prácticamente nula), el trabajo con maquinaria pesada, las descargas de medios aéreos (pueden hacer caer a gente ladera abajo o simplemente tirar ramas de bastante consideración sobre el personal que actúa en el fuego) en las

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que los propios pilotos se juegan la vida en cada una de ellas, el humo, que quita visibilidad y produce asfixia, el transporte al incendio, no ya en helicóptero sino también por tierra, en que se circula por pistas forestales en mal estado en las que el accidente ronda cada curva… existen más riesgos aún, pero es imposible enumerar todos y cada uno de ellos.

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Todos ellos, como se ha dicho, se asumen. Pero es que cuando ocurre un accidente, es inevitable preguntarte, si merece la pena asumirlos. Para qué intentar salvar un robledal, un pinar o un pastizal que el pirómano de turno ha decidido quemar de todas las maneras posibles. Y es que no es raro actuar en una misma zona varios días consecutivos, apagando cada día un fuego diferente, y no parar hasta que finalmente se ha quemado lo que la mente retorcida del enfermo había decidido quemar. Esto es muy desmoralizante. Se apagan claro, es nuestro trabajo. Pero

¿merece la pena?

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¿merece la pena que haya personas que se jueguen la vida en estas condiciones por salvar “cuatro ramas”?.

Pues sí, merece la pena

Pero allá, en el fondo del corazón, aparece, aún sin querer, la incertidumbre de esta pregunta.

A raíz de estas preguntas surgen otras: ¿a quién hay que dirigirse para hacer llegar estas quejas?. Una solución a este tema, tal vez, podría pasar por elaborar un convenio laboral propio, pues quienes debieran preocuparse, no se interesan por la situación de los trabajadores, hasta el momento en que ocurre una tragedia que les brinda la oportunidad de aparecer en los medios de difusión.

Continuará, el aviador

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