domingo, 29 de diciembre de 2013

¿ UN CUENTO DE NAVIDAD ? - 3

Nuestra altitud es de tres mil seiscientos metros, la velocidad ascensional es cada vez menor, hilachos de nubes empiezan a envolvernos, nos estamos metiendo dentro, o más bien ellas nos han sobrepasado, esto carece de importancia, lo realmente importante es que ya estamos metidos del todo, un ruido ensordecedor como de la rotura de miles de cristales se ha dejado oír en la cabina, al tiempo que el avión se estremece, ¡¡formación de hielo!!, esta es la exclamación fatídica que se oye en la cabina, no sé quién lo ha dicho o tal vez nadie ha hablado, aún así, lleva razón, se oyen los porrazos del hielo contra la cola, por la ventanilla lateral veo los televenes de la gasolina, acumulan enormes cantidades que al soltarse aporrean la parte de atrás del avión y sus costados, las hélices sueltan también su carga contra el fuselaje, los cristales están completamente blancos, el hielo se va acumulando en todas las partes del avión, su peso habrá aumentado, quién sabe cuántos kilos, nuestra velocidad de ascenso ha pasado a ser de descenso, es difícil mantenernos en un vuelo más o menos ordenado, las convulsiones producidas por las corrientes de aire que nos van azotando por todos lados no dejan centrarse al avión y las sacudidas se transcurren unas detrás de otras, es un infierno, los instrumentos no paran de danzar ante mis ojos, todos en la cabina, nos hemos atado, mis manos están crispadas en el volante de mando pero a pesar de ello son zarandeadas, es imposible remediar la situación, el frío sigue notándose pero yo estoy sudando, las piernas y la espalda empiezan a dolerme, siento mi cuerpo completamente tenso, me es imposible gobernar tan solo con la fuerza de mis manos o pies, necesito poner mis músculos en tensión, casi rígidos, para formar con mi cuerpo una sola pieza capaz de aguantar firme los bandazos de los mandos.

A pesar de que los motores llevan la calefacción puesta desde antes de entrar en la masa de nubes, el izquierdo está perdiendo potencia, el mecánico está haciendo lo imposible para que no se pare, pero no creo que consiga nada, cada vez es más la energía que tiene que desarrollar para vencer la resistencia que encuentra en la hélice cargada de hielo y con el carburador que sin duda estará también luchando con el frío y la humedad.

Resulta imposible mantener a este motor en marcha- dice el mecánico- creo que se va a parar de un momento a otro-.

El motor del centro está siguiendo el camino de su compañero de la izquierda ya es imposible, nos estamos cayendo a marchas forzadas, el de babor se ha parado completamente, tengo que usar el compensador que se halla situado a ambos lados del poste de mando y a la altura de mis rodillas, a pesar de ayudarme con él, mi pierna no aguanta, me es imposible darle más fuerza, entre el frío y la tensión a que la llevo expuesta desde hace rato, estoy al borde de un calambre, tengo todos los músculos durísimos, la situación es cada vez peor, nuestra altura se ha reducido a dos mil doscientos metros, pero las nubes siguen ahí, sin embargo, el hielo de los costados de la cabina se ha deshecho un poco, permitiéndonos ver el deprimente y patético espectáculo que ofrecen nuestros motores, uno parado, el derecho aguantando a duras penas y por suerte el del centro es invisible a nuestros ojos.

-Hay que buscar una solución, debajo de nosotros deben de haber picachos de alrededor de mil seiscientos metros, si a mil ochocientos no vemos el suelo o se ha normalizado algo la situación, habrá que abandonar el avión, por tanto ajustaros bien los atalajes de los paracaídas y que Dios nos ayude, por de pronto, abrid la escotilla de la parte superior de la cabina y a ver si es posible limpiar el hielo que cubre el parabrisas, aunque sea rascándolo, pero es necesario quitarlo, ya que, debemos de estar muy cerca de la base de las nubes y con todo esto amontonado no vamos a ver un posible claro que pudiera surgir, preparadlo todo también para abrir la puerta de atrás -.

El mecánico se ha colocado el casco de cuero y las gafas, lo mismo hemos hecho los demás, se ajusta los atalajes del paracaídas y abre la escotilla de la parte superior de la cabina, el radiotelegrafista y el segundo están agarrados a las piernas del mecánico para evitar que se nos vaya, el aire se arremolina en la cabina levantando polvo de quién sabe cuántos siglos y azotándonos el rostro, menos mal que tuvimos la precaución de colocarnos las gafas, de todas formas el que más sufre es sin duda el mecánico, con casi medio cuerpo fuera rascando el hielo con la ayuda de un destornillador, antes de volver completamente a nosotros, frotó con los guantes y el cristal quedó prácticamente limpio, ya aunque acumulara más hielo no sería en la proporción que hasta entonces habíamos llevado.

¿fotos?, no hay, instantaneas muchas, pero en los sentires, el aviador, vuelvo

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